viernes, 10 de noviembre de 2017

Fuera máscaras


La entrada a los centros de rehabilitación se ha tornado difícil, traumática e indignante para muchos. Hay los nuevos sistemas que permiten “ver todo el interior” de la persona y a muchos les parece una invasión a la intimidad. Pero las desconfianzas, las trampas y los nuevos métodos para introducir el contrabando y las sustancias prohibidas obligan a los supervisores a estar atentos a todo posible fraude o engaño.
“De nadie podemos estar seguros. Caras vemos y corazones no sabemos. Nadie queda exento… porque hay quien con su sonrisa, su seguridad y su carita de santo quiero abrir todas las puertas. Estamos ante el mundo de la hipocresía”, son los argumentos de quienes nos obligan a la revisión. “Todo mundo tiene máscaras y es muy difícil descubrir las intenciones del corazón”.
¿Cómo no sentirse sacudido con las graves acusaciones de Malaquías contra los sacerdotes o con  los discursos agresivos de Jesús contra  quienes se han instalado en la cátedra? Indudablemente las páginas de este domingo son fuertes y requieren una gran valentía para asumirlas, aplicárnoslas y aceptarlas con humildad. Lo más fácil es dejarlas en el pasado, aplicarlas a los demás y nosotros pretender quedar invisibles para seguir juzgando a los otros. Es cierto que Malaquías habla contra los sacerdotes y que Cristo lo dice de los escribas y fariseos, pero también es cierto que no se están refiriendo sólo a ellos, sino que están denunciando también la conducta de todos los discípulos y muy en especial de quienes tienen responsabilidades y autoridad. Se sirven de la polémica con ellos para llamar la atención sobre los graves peligros que representan estas actitudes que se nos meten en nuestra mentalidad, e intentan desenmascarar a los modernos escribas y fariseos que argumentando fidelidad, nos disimulamos detrás de las superficialidades y etiquetas, y escondemos los propios defectos y fallas para seguir “condenando” a los demás. ¿Quién estará libre de estos pecados? ¿Quién no trata, consciente o inconscientemente, de ocultar sus errores? Todos hemos fallado. Cristo lo entiende y lo acepta con un corazón misericordioso, lo que denuncia y condena es la falsedad e hipocresía.
No importan tanto nuestras palabras o  justificaciones, Jesús nos viene a decir, como ya lo había anunciado en las parábolas de los domingos anteriores, que no importa mucho lo que digamos, que lo importante son nuestras acciones y nuestros frutos. La sociedad nos exige coherencia y signos visibles de credibilidad que sean testimonio de vida, que manifiesten unidad de los creyentes, que hablen por sí mismos del compromiso con los pobres y pequeños, que sean reflejo del rostro de Jesús. Pero nosotros le hemos quitado el valor a las palabras y las hemos hecho huecas y vacías. ¿Cómo devolverles su valor? Las graves incongruencias de un país, cristiano, que se hunde en la corrupción, en la violencia y la mentira por sí solas nos desmienten. La separación entre la fe y la vida cotidiana es uno de los más graves errores que estamos cometiendo.
Una máscara y una exigencia intolerable nos llevan a pretender que los demás hagan lo que nosotros no estamos haciendo. Se pretende superar la crisis económica cargando de impuestos y restricciones a quienes menos tienen; se asumen programas solidarios para quedarse con las ganancias; se reta a que los demás actúen con transparencia y honestidad y se esconden las verdaderas intenciones. El maestro, el padre de familia, el sacerdote, buscan educar a los jóvenes en la transparencia y honestidad, pero no son capaces de sostener la verdad y aceptan sobornos, mordidas y componendas. En especial Jesús se dirige a quienes tenemos alguna autoridad y  exigimos que se cumplan las leyes, pero que después nos hacemos de la manga ancha para dejar pasar las infracciones a nuestra conveniencia. Muy fuertes suenan las acusaciones que lanza el profeta Malaquías en contra de los sacerdotes y nos tienen que tocar el corazón: “Ustedes se han apartado del camino, han hecho tropezar a muchos en la ley y han anulado mi alianza”. Este domingo nos podemos hacer la pregunta al revés de cómo la hacíamos el día de las misiones: ¿Alguien por culpa nuestra, consciente o inconsciente, se ha apartado de Dios?

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